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La búsqueda de una nueva relación entre grandes poderes: el nuevo desafío en las relaciones entre China y EE.UU.

Los 36 años de relaciones han tenido altos y bajos. Ha habido momentos importantes de cooperación, como el apoyo de EE.UU. para que China ingresara a la OMC y el apoyo de China a la guerra contra el terrorismo llevada adelante por EE.UU. tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Así como otros de conflicto o crisis, por ejemplo tras lo ocurrido en la Plaza de Tiananmén en 1989, la explosión de la embajada de China en Belgrado en 1997 por tropas de la OTAN.

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Un tiempo antes de su muerte en 1994, el expresidente norteamericano que restableció relaciones diplomáticas con China, Richard Nixon, expresó sobre este país: “quizás hemos creado a un Frankenstein”. No estaba en la mente de Nixon ni de su Secretario de Estado, Henry Kissinger, a comienzos de 1970, la idea de que China pudiese algún día ser un desafío en diversos ámbitos para EE.UU. Sin embargo esos temores, quizás como nunca antes, se han hecho presente en ciertos grupos de EE.UU., y no porque China se haya convertido en primera potencia económica o militar –lo que aún está lejos de ser-, sino porque está exigiendo hoy en día y con más fuerza que en años anteriores, tener un nuevo trato con EE.UU., uno donde se acepte su liderazgo tanto a nivel regional como mundial. Esto ha sido conceptualizado por los líderes chinos, desde el año 2012, como la intención de crear “un nuevo tipo de relaciones entre grandes potencias”.

La primera visita oficial que realizó el presidente chino, Xi Jinping, a EE.UU. a finales de septiembre, fue importante no sólo porque se estaban reuniendo los mandatarios de los dos países con las mayores economías y poder militar del mundo, sino que también con una de las relaciones más complejas que podrían existir hoy en día. Por otra parte, esta visita estuvo precedida por ciertos conflictos que habían tensionado las relaciones en los últimos meses, como fueron las acusaciones por parte de EE.UU. sobre el espionaje de espías chinos contra empleados del gobierno estadounidenses; la militarización por parte de China de algunas islas en el mar del sur de China y la manipulación del Yuan para abaratar las exportaciones de China al mundo. Incluso algunos han planteado que las actuales relaciones han sido las más tensas desde los acontecimientos en la Plaza de Tiananmen en 1989.

Podríamos preguntarnos entonces ¿si estos conflictos coyunturales no hubiesen aparecido en los últimos meses, la reunión también hubiese estado precedida por una cierta tensión mutua? Pareciera que de todas maneras se habría hablado de una visita complicada y tensa. Y es que estos conflictos, que siempre han existido en las relaciones entre ambos países, parecieran tener un nuevo componente de fondo, que es una tensión latente donde ambos países estarían observándose con una mayor desconfianza que antes y menos como socios estratégicos o pragmáticos. Veamos algunos elementos sobre este último punto, para después comprender qué importancia puede tener la iniciativa de China de construir una nueva relación entre ambas potencias.

Desde que ambos países anunciaron el restablecimiento de relaciones diplomáticas para el 1 de enero de 1979, transitaron desde una posición de conflicto en el marco de la guerra fría a una a relación donde la cooperación comienza a hacerse presente, sin eliminarse focos de tensión y diferencias. Así también comenzaron a desarrollarse los primeros intercambios comerciales de lo que iban a ser una de las relaciones económicas más importantes que existen hoy en día; quien fuera la primera empresa extranjera en ingresar a China, Coca Cola, envió las primeras 3000 cajas de su producto a Beijing desde Hong Kong.

Desde ese entonces, los 36 años de relaciones han tenido altos y bajos. Han existido momentos importantes de cooperación, como el apoyo de EE.UU. para que China ingresara a la OMC y el apoyo de China a la guerra contra el terrorismo llevada adelante por EE.UU. tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Así como otros de conflicto o crisis, por ejemplo tras lo ocurrido en la Plaza de Tiananmen en 1989, la explosión de la embajada de China en Belgrado en 1997 por tropas de la OTAN, o cuando el ex presidente Bush, en el año 2006, tuvo una “poco cordial” recepción hacia el presidente chino, Hu Jintao, durante su visita oficial a la Casa Blanca. Por lo tanto han sido unas relaciones que se han movido en esa doble dinámica de cooperación y conflicto, donde los desafíos, diferencias y crisis han sabido superarse teniendo como base los intereses comunes y la creciente interdependencia entre ambos países. Xi Jinping durante su visita a EE.UU. lo resumió expresando que, durante esos 36 años, las relaciones habían transitado por un complicado viaje, pero que siempre habían sabido moverse hacia adelante alcanzado históricos acuerdos.

Dos reflexiones importantes podemos hacer hasta aquí. La primera es que a través de ese “complicado viaje”, ambos países han ido estrechando sus lazos en diversos planos: se han convertido mutuamente en su segundo socio comercial con cifras que superan los $ 560 millones de dólares; 4.3 millones de visitas mutuas y vuelos a cada hora entre ambos países; ocho años profundizando sus relaciones a través de los Diálogos Estratégicos y Económicos, que cada año se sostienen en ambas capitales; alrededor de 300 mil chinos estudian en EE.UU.; en noviembre de 2014, ambos mandatarios realizaron dos importantes anuncios, el compromiso a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y la extensión de visas a 10 años con múltiples entradas para facilitar el intercambio y el turismo; a lo que podríamos agregar los dos más importantes acuerdos que se lograron en Washington recientemente, como fueron el compromiso conjunto para cooperar contra el cambio climático y un acuerdo para cooperar contra el ciberespionaje.

Pero en paralelo, China ha crecido económicamente hasta convertirse en la segunda potencia económica mundial, segunda potencial militar y un país con intereses globales y que busca marcar presencia y liderazgo respecto a esos intereses. En otras palabras, desde que China comenzó sus transformaciones económicas internas, se abrió económicamente al resto de los países, ha pasado de ser un país marginal en el sistema internacional a ser una gran potencia mundial. Y los líderes chinos, conscientes de todos esos cambios, han tomado la iniciativa para resignificar sus relaciones con EE.UU.

Durante muchos años pareciera haber predominado un discurso por parte de los líderes chinos hacia EE.UU., donde ha predominado la cooperación, el perfil más bajo y la prudencia. Pero como analizó la revista de The Economist, Xi Jinping se habría cansado de esa orientación de la política exterior de China que de alguna manera seguía la máxima de Deng Xiaoping, de “encubrir las fortalezas y aguardar el momento oportuno”. Si bien parte de ese discurso no ha desaparecido del todo, como se demostró en la reciente visita de Xi a EE.UU., se ha incorporado otro que se ha venido planteando con mayor intensidad desde el año 2012, donde China está tomando la iniciativa para construir una “nueva relación entre grandes potencias” y está teniendo un rol menos pasivo a nivel regional e mundial.  Esto es, redefinir ciertos aspectos de las relaciones por medio de un nuevo modelo de relaciones donde no esté presente la confrontación, exista respeto mutuo, se expanda la cooperación en múltiples niveles y donde ambos sean ganadores de esa relación. Si bien Obama y otros funcionarios han respondido en varias oportunidades que dan la bienvenida a una China poderosa y cada vez más desarrollada, en los hechos ello no parece manifestarse. Sin ir más lejos, este fue un discurso repetitivo por parte del presidente chino durante su estancia en EE.UU., mientras no fue posible observar ninguna respuesta concreta por parte del mandatario norteamericano hacia éste.

Por otra parte no sólo el discurso tiene un nuevo contenido, sino que también ha existido un comportamiento paralelo que lo ha venido sustentando, por medio de Iniciativas que han incomodado al gobierno de EE.UU. Estos son, el Banco Asiático de Inversión  en Infraestructura (BAII) y los proyectos de la ruta de la seda terrestre y marítima. Tampoco pareciera agradar la búsqueda por parte de china de tener una mayor liderazgo en el Asia-Pacífico, por medio de una amplia diplomacia que abarca políticas de seguridad, proyectos conjuntos y donde reiteradamente ha planteado la idea de tener una “comunidad de destino común”, o que el “sueño chino” sea también el “sueño de Asia”. Importante ha sido aquí la propuesta de crear un gran Área de Libre Comercio en el Asia-Pacífico.

Por lo tanto pareciera que estamos frente a un nuevo escenario, y que es lo que ha llevado a que, pese a las cada vez más estrecha relaciones, también estén presente los sentimientos de desconfianzas respecto a una contención mutua. En pocas palabras, esa lectura que de cuando en cuando aparece en ambos lados afirma que: por el lado de EE.UU., la política exterior de China en el Asia buscaría desplazarlo para crear un bloque asiático sinocentrico; mientras que por el lado de China, la interpretación de confrontación que aparece es que pese a la retórica de aceptación de una China poderosa, EE.UU. buscaría impedir el ascenso de cualquier país que pudiera competir o ser un desafío para sus intereses, donde China sería el más importante. En esta perspectiva, cualquier cooperación con EE.UU sería contraproducente pues sólo serviría al objetivo de EE.UU. de contenerla.

E incluso pareciera que esa desconfianza que se transmite a través de los medios y ciertos grupos académicos, políticos y de seguridad, ha sido traspasada a la población en los últimos años. Según el Pew Research Center, en el año 2011 un 51% de la población norteamericana habría tenido una percepción positiva hacia China, mientras que en el año 2014, ésta habría bajado hasta el 35%. Mientras que según la encuesta que realizó el Horizon Research Consultancy Group, en los mismos años la percepción favorable de la población China hacia EE.UU. habría  bajado desde un 60% a un 40%.

Por consiguiente, este nuevo escenario que ha venido creándose desde hace algunos años, donde el ascenso global de China es ya un hecho, guste o no, y donde China pareciera estar decidida a imponer su nueva fórmula de “relaciones entre grandes potencias”, en un contexto de reequilibrio de poder en el sistema internacional respecto a EE.UU., ambos países tienen el desafío de volver a pensar sus relaciones y establecer alguna forma positiva y constructiva de convivencia. No hacerlo, no ser propositivos y solo esperar reaccionar a los conflictos que puedan suceder, como repitió en varias oportunidades durante su viaje el mandatario chino, “puede ser extremadamente peligroso”. Sin duda va a tomar tiempo, continuará la competencia en ciertos ámbitos y varios otros conflictos pueden aparecer, pero estar nueva realidad que es el ascenso de China, es un desafío que se impone para ambos países y deben saber reacomodarse.

Javier Recabarren

Investigador del Centro de Estudios de Relaciones Internacionales (CERI)
Facultad de Gobierno, Universidad del Desarrollo
Magíster en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos,
Universidad Alberto Hurtado, Chile.
javierrecabarren@udd.cl