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China en el pacífico: ¿Confrontación o Cooperación?

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Un nuevo potencial e inquietante conflicto podría aparecer en la región Asia-Pacifico, centrado alrededor de la RP China, con su nuevo estatus internacional de emergente rival de Estados Unidos, cuya situación recuerda a muchos académicos del escenario del inicio de la Primera Guerra Mundial.

La suerte del siglo XXI se decidirá en gran medida según se vaya produciendo el ascenso de China a primera potencia mundial en forma pacífica o no. En sus relaciones con el país asiático, Estados Unidos tiende a oscilar entre la contención y el compromiso. Hoy en día, Washington considera y busca estimular una relación “sin conflictos, sin confrontación, respeto mutuo y cooperación estratégica de nuevas iniciativas”. China deberá elegir entonces entre el ascenso pacifico o un ascenso conflictivo abusando de su poder en la región.

Después del XIX Congreso del Partido Comunista realizado recientemente (octubre 2017), las crecientes capacidades de China, unidas al cuestionamiento de la globalización que se está haciendo desde varias de las potencias tradicionales, (especialmente por parte de la Administración Trump), y a la disposición de Xi Jinping para que China asuma un mayor protagonismo dentro de la comunidad internacional, hacen que la influencia de Pekín se deje sentir cada vez con más fuerza a lo largo y ancho del planeta. Esta tendencia se acentuará durante el segundo mandato de Xi al frente del PCC, salvo que China sufra una profunda crisis interna, que ahora mismo parece inverosímil. La política exterior de Xi Jinping combina una mayor disposición a contribuir al mantenimiento de los bienes públicos globales y a colaborar con actores de otros países con una mayor asertividad a la hora de defender sus intereses nacionales.

Desde finales de los 70 Deng Xiaoping sustituyó el ideario revolucionario, que había perdido predicamento incluso entre la cúpula del partido, por el desarrollo económico como la principal justificación del monopolio del PCC sobre el poder político. Tras la supresión del movimiento de Tiananmen, y en plena crisis del comunismo internacional, este énfasis desarrollista se vio complementado con una intensa campaña de adoctrinamiento nacionalista.

Desde inicios de los años 90, los líderes chinos han cultivado ambas fuentes de legitimidad para reforzar su popularidad, que es mucho mayor hoy de lo que era entonces. Esto fomenta dos lógicas de actuación en su acción exterior que pueden resultar contradictorias. Por un lado, el desarrollo económico de China sigue estando muy supeditado al mantenimiento de un orden internacional pacífico y de buenas relaciones con otros Estados, con los que China mantiene unos estrechos vínculos comerciales y financieros.

Por el otro lado, la difusión del nacionalismo, unida a unas mayores capacidades de China, hacen que cada vez sean más las voces que demandan una actitud firme en las crisis internacionales que sacuden periódicamente las relaciones de China con el exterior, especialmente con EE. UU. y aquellos países con los que mantiene disputas territoriales.

Xi Jinping está intentado aprovechar la oportunidad que se presenta para la política exterior china la llegada de Trump a la Casa Blanca. Lo más probablemente es que en el próximo lustro la China cooperativa se siga imponiendo en términos generales a la China beligerante. Esto podría cambiar si Xi Jinping optase por apelar a un nacionalismo confrontacional para apuntalar su popularidad, ya fuese como respuesta a un deterioro agudo de las condiciones socioeconómicas en China, como reacción frente a intentos de modificar el statu quo por parte de otros actores protagonistas en escenarios tan sensibles como el Estrecho de Taiwán, los mares de China Meridional y de China Oriental, y la Península de Corea en un intento de perpetuarse en el poder. Por consiguiente, lo más factible es que China siga profundizando hasta 2022 en una política exterior asertiva y fundamentada en la cooperación, pero cada vez menos temerosa de entrar en conflicto para defender sus intereses.

Especialmente cuando Xi Jinping lanzó a mediados del 2017 la nueva iniciativa geopolítica/estratégica que implica enormes oportunidades económicas-comerciales a objeto de estimular los intercambios comerciales, financieros, culturales y educativos entre países de Eurasia y África llamada “Ruta de la Seda”.

Pablo Balmaceda

Ex director de ProChile en Australia, Hungría, Alemania y Taiwan