El pasado 18 de diciembre el popular cantante e ídolo surcoreano, Jonghyun, fue encontrado muerto en su residencia, a la edad de 27 años. La respuesta de tristeza y pesar de sus millones de fanáticos fue inmediata, especialmente a través de redes sociales, no sólo en Corea del Sur y Asia, sino que en todo el mundo. Sólo en Chile, decenas de jóvenes se reunieron en las afueras de la Embajada coreana, prendiendo velas y dejando mensajes de condolencias. ¿Por qué la muerte de un joven cantante coreano importa tanto en Chile?
Por cierto, el contexto en que vivimos hoy, de interdependencia y de conexión inmediata a través de recursos como internet, podría bastar para explicar el por qué un hecho que ocurre a miles de kilómetros de distancia afecta a nuestros compatriotas. Lo interesante, sin embargo, radica no sólo en la masividad, sino en que estamos siendo testigos de los alcances reales que la cultura popular (como la música, televisión o la moda) puede significar para los Estados, sus economías y sociedades.
En los últimos años, el poder y popularidad que ha adquirido la ‘ola coreana’, o hallyu, en el mundo y particularmente en Chile, no tenía precedentes. Sólo hace unos meses, el New York Times destacaba este fenómeno en nuestro país, y lo que significaba en términos económicos y políticos. Entre sus efectos, la afición de los chilenos por la cultura pop coreana ha llevado a que muchos tomen la decisión de estudiar el idioma o viajar a Corea del Sur por turismo o estudios.
La diferencia con otros casos de influencia cultural es que, particularmente Corea del Sur, fue de los primeros casos en Asia del Este en que un Estado tomó en serio el impacto de la cultura popular en su economía y política exterior; lo que se ha llamado la ‘Diplomacia Pop’. Fue a fines del siglo XX, y especialmente tras la crisis asiática, que el Estado coreano empezó a ver los resultados que su industria creativa generaba en la población surcoreana y extranjera, particularmente china, taiwanesa y japonesa. La ‘ola coreana’, justamente, surgió en países de la región por la popularidad de las telenovelas (doramas). Por esos años, japoneses comenzaron a tomar clases de coreano para entender mejor las series de televisión y, de esta forma, relacionarse más directamente con la cultura que estaban ‘consumiendo’ (sin verse afectados por el pasado histórico que ambas naciones tienen). Años de expansión después, y especialmente a través de la música (K-Pop), esta ola se consolidó en Chile, y cientos de chilenos son ahora parte de este fenómeno, que ha ayudado –en parte– a fortalecer las relaciones de Chile con Corea del Sur.
Pero Corea del Sur no es el único país que ha asumido este desafío. A Japón le tomó un tiempo reparar en que su industria cultural ejercía influencia en el extranjero, y que eso podía aprovecharse, a pesar de haber sido pionero en la exportación de animación, cómics y videojuegos al mundo. El Estado japonés creó por primera vez el 2004 un departamento de diplomacia pública dentro del Ministerio de Relaciones Exteriores, y el año 2010, la oficina “Cool Japan”, parte del METI (Ministerio de Economía, Comercio e Industria); a Chile, ya han llegado distintas celebridades del ámbito pop japonés como embajadores del gobierno japonés. China, por otro lado, mediante instituciones como el Instituto Confucio, no sólo promueve el estudio del chino mandarín, sino que, además, organiza eventos sobre artes marciales, música, y ciclos de cine, en Viña del Mar, Concepción y Santiago.
El potencial que tiene la cultura popular de un país puede ser entendido bajo la óptica de lo que ha teorizado Joseph Nye Jr. con la idea del poder blando, un concepto que buscaba describir nuevas formas de ejercer poder fuera de las tradicionales, y de relacionarse en un sistema internacional que incluía ahora a nuevos actores. Bajo esta idea, la cultura popular puede transformarse en uno de los muchos recursos de poder blando en el mundo en el que vivimos hoy.
Su concepto fue acuñado para el caso de la política exterior de los Estados Unidos, que es probablemente el ejemplo más emblemático del ejercicio de poder blando y de diplomacia pública a través de los medios de comunicación de masas. Pero hoy lo podemos ver también en los países del Asia de Este, y en cómo sus industrias creativas han ampliado el espectro de acción a otros planos y países –como Chile–, dándoles ventajas diplomáticas, permitiéndoles diversificar su comercio y llegar a otras áreas. Durante la última década se han abierto institutos y espacios de estudio de culturas asiáticas, así como cientos de actividades organizadas por grupos de la sociedad civil, muchos de ellos patrocinados por las embajadas, que aprovechan estas instancias para la difusión oficial de información de becas de estudio, oportunidades comerciales o charlas, tan controversiales como sobre disputas territoriales e históricas entre los países asiáticos.
El hallyu es uno de muchos ejemplos que hoy existen en el mundo donde los productos de cultura popular adquieren relevancia, pero en Chile, fenómenos como éste nos ofrecen la oportunidad de discutir y visibilizar nuevos temas dentro de nuevos contextos en las relaciones internacionales. Uno de ellos, es el peso que tiene la opinión pública de un país en las decisiones de política exterior de un Estado extranjero. Ya no podemos desestimar el rol de las sociedades como actores activos en un proceso de diplomacia que ya no es sólo Estado-Estado, sino que se ha diversificado y, por lo mismo, complejizado. Asimismo, nos permite evaluar la gestión cultural desde objetivos como la Marca País y pensar hasta qué punto las imágenes de cultura que recibimos/enviamos son un reflejo de la realidad o un producto de marketing. ¿Qué Japón recibimos a través de la animación y los videojuegos?, ¿o qué Corea conocemos a través de los doramas?, ¿y cuánto influye que los Estados intervengan en procesos que surgieron, en su mayoría, por iniciativa de las masas?
La cocina, literatura, el cine o los programas de televisión de un país pueden pasar como meras fuentes de entretenimiento, pero para la disciplina de las relaciones internacionales hoy es más que eso, especialmente para la diplomacia, pues el poder que antes tenía la cultura tradicional o la historia, como herramientas de diplomacia cultural y de vinculación intercultural, hoy lo tiene la cultura popular. El impacto de la muerte de Jonghyun en los chilenos, en definitiva, nos habla de la magnitud de un fenómeno que todavía no está cabalmente dimensionado ni estudiado –pero que debe serlo– de manera de poder enfrentar los desafíos interculturales que se avecinan entre Chile y Asia.
Docente de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo.
Magíster en Relaciones Internacionales.
Ritsumeikan University, Japón.
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