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Lenin y China, o ¿cómo salvar al capitalismo en siglo XXI?

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El legado de Lenin en China es indudable pero también poco intuitivo para el ojo inexperto. Después de todo, la fundación de la República Popular de China no habría sido posible sin el éxito de los bolcheviques en Rusia hace exactamente cien años.

Sin embargo, el ejemplo de la revolución bolchevique no sólo significó la constitución de un orden político particular (Estado autoritario liderado por el Partido Comunista) sino que una cultura política que ha sido fundamental para el éxito de China en el siglo XXI. Entender a China hoy, entonces, no puede resumirse a la lectura enajenada del Orientalismo (determinismo histórico, racial, geográfico, cultural, etc.), sino que debe pasar por el análisis del pensamiento marxista como una sustancia de su pathos político.

En este sentido, la adopción instrumental del mercado en China no resulta contradictorio. El leninismo es pragmático en esencia, por lo que no se puede descartar ningún camino para lograr los objetivos planteados. La propia Unión Soviética fue heterodoxa en la reestructuración de su economía política, abocándose a la experimentación permanente entre el capitalismo de Estado y el socialismo autogestionado. En consecuencia, observar la gran estrategia de desarrollo chino permite enfatizar más en sus fines, donde la idea de construir una sociedad igualitaria persiste con fuerza, y menos en sus medios, los cuales son definidos por los requerimientos de la época.

En segundo lugar, es posible reconocer la particular forma de legitimación social de la estructura política. Siguiendo los principios leninistas de organización del Partido vanguardia, el Partido Comunista de China mantiene su organización compartimentada y secreta. Esto le permite incidir de forma eficiente a distinto niveles de la sociedad, siendo capaces de recopilar directamente las reacciones y preocupaciones de las bases sociales. Los viejos modelos de relación Estado-Sociedad Civil chocan contra una dinámica única de integración vertical. Esta modalidad resulta central para el reconocimiento y la construcción de política pública frente a las consecuencias del desarrollo económico, lo cual en último término justifica los niveles de adhesión a la política partidaria en China.

Finalmente, el carácter profesional, devoto y cuasi monástico de la carrera política destaca como un elemento positivo, toda vez que la crisis de la democracia occidental ha sido gatillada por la colusión de intereses económicos sobre los socio-políticos. El revolucionario profesional de Lenin está movido por fuertes convicciones morales colectivas que justifican su actuar. En consecuencia, una crisis moral puede llegar a ser tan grave como una crisis económica, cual fuera el caso de la propia Unión Soviética tras la muerte de Stalin, envuelta en una esquizofrenia política sin liderazgo moral unificador, como han argumentado algunos psicoanalistas marxistas europeos.

La combinación de estos elementos no justifica el triunfo en sí, pero al menos constituyen la base de construcción de un proyecto político para sí. En el caso chino, fue la permanente exploración teórica y práctica, el continuo esfuerzo por volver al origen, de, en palabras de Mao Zedong, “blanquear la hoja para escribir en ella los más hermosos caracteres”, lo que permitió alcanzar un punto funcional de trabajo político.

En consecuencia, el éxito del “modelo chino” depende menos de los valores asiáticos que del leninismo. En otras palabras, la China actual es consecuencia directa de una construcción epistemológica moderna, y no otro ejemplo más de “modernidad líquida”. Al punto tal, que podríamos llegar a señalar que ha sido Lenin el gran salvador del capitalismo en el siglo XXI.

Pablo Ampuero

MA Relaciones Internacionales (Peking University). profesor Facultad de Gobierno, UDD.
Investigador Centro de Estudios de Relaciones Internacionales, Facultad de Gobierno, UDD.