Hero Image

Noticias

Corea en Crisis

epa05910355 North Korean military vehicles carrying missiles drive past during a parade for the 'Day of the Sun' festival on Kim Il Sung Square in Pyongyang, North Korea, 15 April 2017 (issued 16 April 2017). North Koreans celebrate the 'Day of the Sun' festival commemorating the 105th birthday anniversary of former supreme leader Kim Il-sung on 15 April as tension over nuclear issues rose in the region. EPA/HOW HWEE YOUNG

La actual crisis coreana plantea serias interrogantes en materia de estabilidad, gobernabilidad y mantención de la paz en el Este de Asia.

Para Chile el tema es muy importante, ya que nuestro país depende en alto grado del comercio exterior con esa región. En una hipótesis de conflicto agudo, el comercio internacional se vería inmediatamente afectado.

En opinión del autor de este artículo, la crisis principal en la península coreana es provocada por el sistema político de Corea del Norte y sus conflictivas relaciones con Corea del Sur, Estados Unidos, Japón, así como su peculiar alianza con la República Popular China.

En cambio, como ha demostrado la destitución de la Presidenta Park Geun-hye, Corea del Sur, con una trayectoria de tres décadas de evolución desde la transición democrática, tiene una institucionalidad capaz de resolver de manera pacífica crisis políticas como la provocada por la intrusión de influencias indebidas en la conducción presidencial de la exmandataria. Si bien  hay mucho que mejorar en términos de transparencia y de control de la corrupción, usando una expresión de la política chilena, se puede decir que “las instituciones funcionan”. Los jueces del Tribunal Constitucional resolvieron por unanimidad que la Presidenta debía dejar su cargo. El fallo fue acatado, y una próxima elección popular renovará el Poder Ejecutivo coreano, confirmando la plena vigencia de la democracia representativa.

En tanto, en Corea del Norte el joven dictador Kim Jong-un solamente se puede mantener en el poder desarrollando una política exterior agresiva. No teniendo voluntad ni capacidad de ofrecer bienestar a su pueblo (meta inalcanzable bajo el tipo de régimen político y de sistema económico que rige en su país), el crecimiento del poder militar norcoreano –especialmente en el plano nuclear- aparece como la única vía para intimidar a los interlocutores y extraer concesiones como precio de la mantención de precarias condiciones de paz.

Esta política pone en duros aprietos a los interlocutores internacionales de Corea del Norte. El gobierno de Donald Trump, comprometido con su lema de restaurar la grandeza de los Estados Unidos, tiene que demostrar –más allá de la retórica- que el poder norteamericano tiene credibilidad.  Frente a Kim esto no se puede lograr con la típica fanfarronería del nuevo Presidente. Requiere disuadir efectivamente a Kim de seguir avanzando en la senda hacia un enfrentamiento estratégico. Y, en la medida que tal disuasión llegare a fallar, exige tener la capacidad de castigar al dictador de manera eficaz, y eventualmente de eliminar definitivamente su amenaza a sus adversarios.

El cuadro de amenaza norcoreana es muy complicado para la República Popular China, que hasta ahora ha sido la potencia protectora de la dinastía de los Kim. China aparece como el decisivo factor de una mínima moderación del régimen norcoreano, pero al mismo tiempo tiene interés en mantenerlo. Esto se debe a que  la eventual caída de Kim y su sistema totalitario –por alguna combinación de factores internos y externos-  podría producir una traumática unificación (no negociada) con Corea del Sur. Si llegara a producirse tan dramática situación, una  hipotética nueva Corea, aliada con Estados Unidos, podría convertirse en vecino directo de Beijing, que vería así  deteriorado el relativo equilibrio estratégico en que basa sus  aspiraciones hegemónicas.

A partir de la actual coyuntura podría plantearse alguno de los siguientes escenarios:

El primero podríamos llamarlo de “pasividad relativa” de Estados Unidos y sus aliados regionales. Si Washington, Seúl y otros actores no emprendieran ningún conjunto decisivo de acciones para enfrentar a Corea del Norte, el poder del régimen de Kim, especialmente en el campo nuclear, seguiría aumentando. Ante una mayor capacidad de extorsión de Pyongyang, todas las contrapartes se verían perjudicadas. China podría ser vista como cómplice de Corea del Norte. Estados Unidos sería un mero “tigre de papel”. Japón tendría que considerar seriamente convertirse en potencia nuclear.

El segundo escenario sería de negociación. Es sin duda el escenario más deseable, pero enfrenta el descrédito relativo de una larga historia de conversaciones fracasadas, que han servido principalmente al Norte para ganar tiempo y para reeditar, después de muchos esfuerzos diplomáticos, nuevos y graves episodios de agresividad. Nadie quiere “más de lo mismo” después de tantas frustraciones.

El tercer escenario, que por ahora todos tratan de evitar pero que podría producirse por múltiples factores, incluyendo sorpresas estratégicas, sería el de una segunda guerra de Corea. Estados Unidos ha considerado entre sus opciones “decapitar” al régimen de Kim. Una acción preventiva como ésta –los planes se mantienen en riguroso secreto- indudablemente encerraría un altísimo nivel de riesgo. Por otra parte, Kim podría sentirse tentado de agredir a Corea del Sur, más allá de los incidentes aislados que han sucedido en el pasado. En tercer lugar, podría ocurrir alguna situación imprevista a partir de alguna falla en los sistemas de mando, comunicación y control. La gravedad de este escenario radica en que sería extraordinariamente difícil para las partes aislar las hostilidades al teatro limitado de la península coreana. Y, dentro de Corea, la posición altamente expuesta de Seúl y sus alrededores ya configuraría una situación crítica de vulnerabilidad.

Nuestra preferencia por un escenario de negociación no requiere mayor fundamentación, pero no podría prosperar a costa del realismo. En este teatro de conflicto, acaso el más peligroso del mundo actual, una nueva serie de negociaciones diplomáticas solamente podría producir avances efectivos si todas las partes contaran en todo momento con la inminencia de las alternativas de fuerza.

Manfred Wilhelmy

Director – CEA PUCV