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Ocho años de Transantiago por Eugenio Guzmán

La política, como la religión, cuando deja de sincronizar con el ritmo cotidiano, pierde adhesión. Un ejemplo de esto es el Transantiago. Se prometía mayor acceso de los más pobres, menor congestión, menor contaminación, menos buses, mayor equidad, tiempos más reducidos de viaje, mayor seguridad, etc. En buenas cuentas, todos más felices.

La política, como la religión, cuando deja de sincronizar con el ritmo cotidiano, pierde adhesión. Un ejemplo de esto es el Transantiago.

Se prometía mayor acceso de los más pobres, menor congestión, menor contaminación, menos buses, mayor equidad, tiempos más reducidos de viaje, mayor seguridad, etc. En buenas cuentas, todos más felices.

Si bien algunas de esas promesas se cumplieron, las personas no están mas felices. Entre 2007 y 2015, el promedio de desaprobación de la gestión de las autoridades sobre el tema es de 65% y la aprobación no supera el 25%. A 8 años de su puesta en marcha, los usuarios aún esperan una respuesta.

A diferencia de las vilipendiadas micros amarillas, los viajes y tiempos de espera han aumentado, hay más viajes en auto, la evasión supera el 24%, se necesitan fiscalizadores (antes innecesarios) y la autoridad pareciera tener un animadversión contra la idea de construir más redes de metro.

Todos los chilenos subsidian el 60% del transporte del 40% de la población. Para compensar el reclamo de los no beneficiados, se crea un fondo espejo para el resto de las regiones. No obstante, la distribución “equitativa” por habitante no necesariamente resuelve el problema, porque el sistema es más caro que antes. Además, los recursos asignados pueden no ser óptimos para compensar a regiones, pues las ciudades son unidades complejas territorialmente, con costos distintos.

Para coronar, se propone un subsidio adicional de US$ 2.500 millones, pues, de otro modo, algunas empresas quebrarían y se afectaría a los mas pobres. Antes había cientos de empresas compitiendo y la quiebra de unas no afectaba el sistema. Hoy son sólo 6, lo que hace el riesgo de quiebra devastador. Curiosamente, se buscaba esto: concentrar la industria para mejorar los males de las micros amarillas.

Si el tema son los mas pobres, hay fórmulas mas baratas. Pero Santiago concentra la mayor población de votantes, el poder mediático y las finanzas. El riesgo político es muy alto. Observar cómo votan nuestros parlamentarios el proyecto de subsidio es clave. Es de suponer que las órdenes de partido no se impongan y nuevamente se desprestigien.

Columna publicada en La Segunda el 27/04/2015