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La relación de Chile con el Caribe anglófono

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Para la mayor parte de los lectores de este artículo el Caribe de habla inglesa, francesa u holandesa es un espacio desconocido en nuestra propia geografía. Para algunos son islas rodeadas de aguas cristalinas ideales para pasar unas vacaciones. De vez en cuanto nos estremecen con noticias de violentos desastres naturales que destruyen casi la totalidad del aparato destructivo de un pequeño país. En el caso de Haití, sabemos de nuestra presencia en una operación de paz de las Naciones Unidas o de la creciente inmigración a Chile, pero son muy pocos los que se aventuran hacia un conocimiento más profundo de esta realidad tan viva en el hemisferio y de su enorme diversidad. Son muchos menos los que comprenden que para la política exterior de Chile una relación con estos estados es vital para nosotros.

En efecto, poco menos de la mitad de los miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) o de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) son caribeños. Dos de los estados caribeños son a su vez miembros de UNASUR. Es decir, la política exterior de Chile está ligada a ellos por nuestros intereses regionales multilaterales. ¿Puede Chile desarrollar una política exterior regional sin contar con estos países o dejando que el contacto con ellos se limite a nuestra común participación en las sedes de dichos organismos o en sus reuniones ocasionales? Claramente, no.

Lo anterior nos lleva a otra derivada esta vez a nivel mundial: tanto Chile como los pequeños países caribeños tenemos que optar en la sociedad global que vivimos por el multilateralismo para alcanzar nuestros objetivos. Es a través del diálogo con ellos que podremos alcanzar objetivos que de otra forma serían inalcanzables.

Los estados caribeños se asentaron sobre límites heredados de la época colonial y aunque existen ciertas disputas entre algunos de ellos por espacios terrestres o marítimos, en general sienten por el derecho internacional, por el respeto a los tratados y particularmente de los tratados de límites – en que se basa muchas veces su propia existencia – una profunda convicción. En este aspecto Chile y el Caribe comparten una base jurídica que resulta central para nuestra política exterior. Por razones políticas se han pronunciado porque el tema con Bolivia sea resuelto en negociaciones estrictamente bilaterales. ¿Podríamos prescindir del Caribe en la coyuntura actual de nuestras relaciones con Bolivia? Por supuesto que no.

Por otra parte, la mayor parte de estos estados son democracias consolidadas de altos estándares en que el respeto por el Estado de Derecho constituye el centro de su articulación política y social. Cuando en nuestra América y en el mundo en general estos valores parecieran en retirada, cuando es necesaria la coordinación para su fortalecimiento o reasentamiento como base de la convivencia mundial, ¿puede Chile darse el lujo de ignorar o marginar a estos socios naturales en nuestra región bajo esta perspectiva? Nuevamente, no.

En un mundo crecientemente inseguro es imposible no tener un diálogo activo con todos los países de nuestra región por más pequeños que sean. Chile es el segundo mayor usuario del Canal de Panamá. A partir de allí nuestros productos se dirigen hacia mercados del Atlántico usando muchas veces rutas marítimas que atraviesan el Caribe. ¿No resulta imprescindible sostener la seguridad de estas rutas a través del contacto frecuente con los países de esta región? ¿Estamos inmunes al tráfico de armas, drogas o contrabando que pasa por aguas caribeñas? ¿No estamos viendo en nuestro propio medio, día a día, el progresivo aumento de personas que provienen de esta parte del mundo atraídas por nuestro mayor nivel de vida relativo, usando muchas veces los servicios de mafias que los explotan?  Esto justifica plenamente una vinculación activa con los países de esta región.

Uno se preguntará, ¿cuál es el comercio con países tan pequeños? Desde el punto de vista económico, ¿cuál es el interés de estar allí? La pregunta es válida y no tiene una respuesta fácil que alcance a todos los países por igual. No obstante, hay al menos dos temas que son relevantes. Por un lado, las oportunidades que para Chile ofrecen países con altos niveles de ingreso como Barbados, Antigua, Trinidad y Tobago, donde, para introducir nuestros productos, todavía hay que romper arraigados prejuicios nacionalistas que surgen de su propia independencia.

Por otro lado, no podemos olvidar que existe una dependencia mutua en el área del gas natural licuado con Trinidad y Tobago. El 92% del gas que consumimos el 2015 provino de aquel país. Hoy, este GNL compite con el producto norteamericano, pero ese país caribeño sigue siendo nuestro primer abastecedor y nosotros su principal cliente. ¿Es posible plantearnos con este país negociar reglas de origen adecuadas para transformar en Chile productos que requieren de un intensivo consumo de energía en una primera fase de producción, utilizando luego nuestros TLC para llegar a un consumidor final?

¿Alguien ha hecho un levantamiento de las capacidades de grandes grupos caribeños como Angostura, United Brands, Ansa McCal, Massy, Sandals, etc, para expandir sus negocios hacia Chile? No existe ese estudio. Ello, porque hasta ahora nos conformamos con nuestra presencia en espacios conocidos donde todavía hay potencial de crecimiento. Esta situación es tan válida para nosotros como para ellos, pero sigue siendo una asignatura pendiente.

Es lícito preguntarse también lo siguiente: ¿pueden servir los aeropuertos del Caribe como centros de distribución de nuestros productos hacia esta área geográfica, que comprende el norte de América del Sur? Allí están los convenios de servicios aéreos suscritos con varios de estos países para este propósito y, por supuesto, para la promoción turística. Chile ha sido pionero en la firma de este tipo de acuerdos. El tema es que hay que usarlos.

Desde el punto de vista de las oportunidades económicas más desconocidas, para mi es claro que hay que mirar hacia Guyana antes de que sea tarde. Los descubrimientos de grandes yacimientos de petróleo y presumiblemente de gas, actualmente en desarrollo, nos debieran hacer reflexionar. A ello hay que sumar los yacimientos mineros (principalmente de oro) en dicho país y en Suriname, los servicios que ellos demandan y analizar las capacidades que Chile tiene para exportar en ese ámbito.

Es decir, tenemos una vinculación política activa basada en valores y principios compartidos, a la que le falta aún por desarrollar el componente económico. Esta vinculación política activa se está dando hoy día de diferentes formas, usando diversos instrumentos. El diálogo político en torno a temas puntuales como los planteados es uno, pero para que ello sea posible hay que recurrir a dos elementos básicos: presencia en el medio y compromiso con el desarrollo de estas sociedades.

La presencia en el medio la hemos desarrollado a través de tres formas. Por un lado, la apertura de Embajadas residentes en Jamaica, Trinidad y Tobago y, recientemente, en Guyana, país sede de la Secretaría General de la Comunidad del Caribe, CARICOM. Dichas embajadas tienen concurrencias activas en los demás países de esta región. La segunda, es la participación de los presidentes de Chile – como invitados especiales – en reuniones de los Jefes de Gobierno de CARICOM. Esto último se ha convertido en una tradición que nos prestigia y que conviene mantener. Ningún país latinoamericano, ni siquiera los ribereños del Caribe han participado tanto como nosotros, y tan activamente, en estas reuniones clave para los países caribeños. La tercera, es la participación de Chile como estado Observador en instituciones regionales relevantes como CARICOM o la Asociación de Estados del Caribe proponiendo acciones de desarrollo y proyectos en la medida de nuestras fuerzas, ya sea en forma bilateral, tripartita (junto a México, Japón, Singapur o España, principalmente) o conjuntamente con organismos internacionales como el PNUD.

En lo que respecta al compromiso con el desarrollo de estas sociedades, cabe mencionar que los países caribeños de los que hablamos tienen tipos dispares de desarrollo económico y social. En algunas de estas sociedades existen carencias a nivel institucional donde ciertas políticas públicas chilenas son muy apreciadas, siempre desde la perspectiva de transmitir una experiencia evitando dictar cátedra. En otras sociedades existen, además, carencias materiales importantes donde la cooperación para el desarrollo que Chile ofrece se centra en la formación y capacitación de personas que a su vez puedan enfrentar el desafío que se presenta. Un ejemplo de las primeras son los seminarios que ofrecemos junto a Singapur para la mejora de los servicios públicos en estos países. Respecto del segundo, lo que hacemos en el área de desastres naturales (tema básico en el Caribe por las consecuencias desastrosas sobre pequeñas economías) o en capacitación de profesores de español para la enseñanza de nuestro idioma.

En resumen, estando tan lejos geográficamente del Caribe la política exterior de Chile se ha desplegado en esta área de manera importante, hecho que resulta desconocido para nosotros mismos. Los montos involucrados en cooperación alcanzan a varios millones de dólares sumando los fondos que movilizamos en conjunto con otros estados u organismos internacionales, pero sobre todo lo que importa es la calidad de la cooperación y el foco de la misma. En este sentido, el esfuerzo que Chile hace es realmente importante. Los fundamentos para ello están en lo dicho al principio y tiene que ver con nuestros propios intereses como país.

Hace pocas semanas atrás visitó Chile el Presidente de Guyana, la primera de un Jefe de Estado de aquel país al nuestro en un contexto bilateral. Dentro de otras pocas semanas lo hará el Primer Ministro de Trinidad y Tobago. Ambas visitas simbolizan la importancia que estos países le están dando a Chile en su medio y la importancia de perseverar como país en este esfuerzo de décadas.

Fernando Schmidt A.

Embajador de Chile en Trinidad y Tobago