El emperador de Japón, Akihito, a sus 82 años estaría considerando la posibilidad de abdicar al trono en un futuro próximo, debido, entre otras razones, al delicado estado de salud en el que se encuentra desde hace un tiempo. El impacto que esta noticia ha generado, no sólo a nivel nacional, sino que también internacional, radica no sólo en la viabilidad y motivos de la abdicación sino que en la relevancia histórica de Akihito. ¿Por qué el emperador sigue siendo una figura relevante en el quehacer político y social de Japón?
La noticia sobre las intenciones del emperador de alejarse del cargo que ocupa desde 1989, entregadas por la cadena de noticias NHK (Nippon Hōsō Kyōkai) el día 13 de julio, fueron rápidamente negadas por la Casa Imperial, quienes argumentaron que el emperador cumplirá con sus labores hasta el final. A pesar de que, en diciembre del año pasado, el mismo emperador ya había manifestado su preocupación al notar cómo su edad y estado de salud limitaban su desempeño en actividades relacionadas con su puesto. Pero, ¿es posible abdicar al cargo de emperador? Lo cierto es que no existe en la constitución actual la posibilidad de un retiro voluntario, por lo que, de ser ciertas las intenciones de Akihito, exigiría la creación de una ley que permita al actual emperador renunciar, junto con una delimitación de las razones adecuadas por las que se podría tomar tal decisión.
La dinastía más longeva del mundo
Akihito pertenece a la dinastía imperial japonesa, que es la más longeva del mundo, con más de 2.500 años al mando de la isla, según los registros del país. Por lo tanto, Japón difícilmente se puede entender en términos históricos y culturales sin la presencia del tenno (emperador).
Por siglos, la familia imperial debió disputar el poder en Japón con los samurái, quienes respondían a la figura del Shogun (jefe militar) y que gobernaron paralelamente Japón hasta 1868, cuando se restauró el poder imperial. Esto es lo que conocemos como ‘Restauración Meiji’.
A partir de ese momento, el Emperador Mutsuhito (conocido como Meiji) lideró un proceso sin precedentes en la historia de Japón. Posicionó al país en el escenario internacional, extendió los límites del territorio a través del poderío militar y, respaldado por la religión, oficializó su naturaleza divina como descendiente del Sol. Será él quien le daría una estructura a la institución imperial, a través de la Constitución de 1889, donde estipuló que el emperador estaría obligado a permanecer en su cargo hasta su muerte, evitando de esta forma cualquier posibilidad de abdicación, que tantos problemas de inestabilidad le había traído a Japón siglos antes.
Fue su nieto, Hirohito, quien encabezó las campañas miliares en Asia, y la cara visible de los crímenes de guerra perpetrados por el ejército japonés hasta 1945. Lo interesante, es que Hirohito es también el rostro de la postguerra y de la reconstrucción.
En 1947, en plena ocupación estadounidense de la isla, se promulgó la Constitución de Japón, y muchas cosas cambiarían para esta nación, entre ellas el carácter de la figura del emperador: que perdería para siempre su naturaleza divina, el poder real, y se transformaría en un ‘símbolo de Estado y de unión para su pueblo’. Es esta impronta la que heredó Akihito, cuya labor estaría hoy considerando dejar.
La sucesión al trono
Ahora bien, de permitirse la dimisión de Akihito, la línea de sucesión correría al heredero, Naruhito (de 56 años), su hijo mayor. Porque Naruhito no tiene hijos varones, el siguiente en la línea de sucesión es su hermano Fumihito (de 50 años), y luego el hijo de este último, Hisahito, de 9 años.
El debate sobre la línea de sucesión al trono se ha mantenido vigente, especialmente en cuanto a la patrilinealidad que ha sido una constante en el trono japonés, pero no algo exclusivo. Durante la larga historia de este país, varias mujeres estuvieron al mando como emperatrices. Sin embargo, desde la Restauración Meiji que la sucesión masculina quedó tajantemente estipulada. De hecho, hasta hace algunos años, no había un heredero varón que siguiera a Naruhito y se especuló mucho sobre la posibilidad de considerar la línea femenina de sucesión, para que su hija pudiera en el futuro transformarse en emperatriz. Este debate se diluyó con el nacimiento de Hisahito.
Akihito, el ‘emperador de la gente’
En consecuencia, desde 1947 que el emperador ya no gobierna de hecho el país, por lo que ¿qué tan determinante puede ser que Akihito abdique?
Con la muerte de Hirohito en 1989, ciertamente terminó una era. No obstante, aunque el emperador hoy esté desprovisto de su calidad de gobernante o de deidad, sigue siendo un actor relevante. En particular, la importancia de Akihito está en la manera en que asumió su rol tras la muerte de su padre. La institución había adquirido un peso histórico negativo, quizá no tan fuertemente para los japoneses como para los asiáticos en general. El trono venía con una carga que bien él podría haber evitado, pero que asumió a pesar de las restricciones del puesto y que le ha significado el título de ‘emperador de la gente’.
Su ascenso al trono se dio en tiempos de un nuevo Japón, como país estable y potencia económica y modelo a seguir, pero que aún trataba de recuperarse de las heridas intangibles del período de guerra. En una región donde la memoria histórica del siglo XX ha marcado las relaciones entre Japón y el resto de Asia, la aproximación de Akihito sirvió como un primer acercamiento en tratar una reconciliación que aun hoy se ve esquiva.
Desde el comienzo de su reinado, Akihito ha tratado de tomar acción y palabra sobre las atrocidades perpetradas por japoneses, que tuvieron como víctimas a chinos, coreanos, filipinos, entre otros. Viajó a China en búsqueda de la creación de nuevos lazos diplomáticos; ha tratado de vincularse con Corea y ha hablado acerca de los tiempos de guerra, incluso si eso le ha costado distanciarse de la visión oficial del gobierno y del accionar de los primeros ministros. Un ejemplo de esto fue el aniversario de los 70 años del término de la segunda guerra mundial, donde el primer ministro Shinzo Abe fue muy escueto e impreciso en sus intervenciones sobre el tema, a diferencia del emperador, quien constantemente señaló su profundo remordimiento y expresó sus condolencias para aquellos que sufrieron las consecuencias de las batallas.
Su labor se ha concentrado también dentro del país. Desde el inicio, ha querido tener una presencia mayor dentro de Japón, especialmente en situaciones de crisis. Por ejemplo, para el terremoto, tsunami y crisis nuclear del año 2011, Akihito se dirigió al país en cadena televisiva, en un hecho inédito hasta ese entonces. Asimismo, para el último terremoto de Kumamoto de abril de este año, poco después de la catástrofe, Akihito estaba en la zona conversando con los damnificados y mostrando su preocupación.
Es inevitable pensar cuánto más podría haber hecho, cuánto todavía queda por hacer en términos de asumir verdaderamente responsabilidades históricas, especialmente cuando hemos sido testigos de cómo el paso de la historia no significa menos pertinencia, y que 70 años parecen ser nada. Lo cierto es que, de retirarse Akihito, se iría con él una Era, una figura determinante en la diplomacia pública japonesa y, por qué no, se iría el primer emperador ‘humano’ de Japón.
Docente de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo.
Magíster en Relaciones Internacionales.
Ritsumeikan University, Japón.
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