Las razones esgrimidas por los partidarios de abandonar la Unión Europea, cabe ponerlas en correlato con la propia historia del Reino Unido para desde ahí afirmar que no estaríamos frente un primer Brexit o insertos en una discusión novedosa sobre su apego y participación en Europa. Más bien, podría ser una ficción con visos de realidad. Los británicos no suelen incluir sus vivencias en un contexto de integración, sino que las asumen separadas y desarrolladas desde la soledad o el autismo, buscando sí un equilibrio entre autonomía y cooperación a la hora de actuar.
El pueblo británico eligió, por estrecho margen, dejar la Unión Europea (UE) por un referéndum que convocó el Primer Ministro David Cameron para cumplir una promesa de campaña. Ahora, luego de su renuncia, su sucesora deberá invocar el artículo 50 del Tratado de Lisboa para notificar a Bruselas e iniciar el proceso de retiro que resolverá, en un plazo de dos años, dentro de los parámetros del derecho y la seguridad jurídica, los problemas que deriven del nuevo contexto y que atañen a la relación del Reino Unido con los estados comunitarios. Hasta ahí todo bien; pero, en los últimos días, han surgido voces que abogan para que el denominado Brexit no se materialice, argumentando que la mayoría de los ingleses, escoceses, galeses e irlandeses que se pronunciaron en la consulta lo hicieron sin saber su verdadero significado (luego del resultado aumentaron 250% las indagaciones al respecto) y que sería el Parlamento el encargado de validar la salida definitiva del ente comunitario. Agregan que no existiría una mayoría en la Cámara de los Comunes para avalarlo sin perjuicio de las señales y declaraciones del Jefe del Gabinete en el sentido de que el Gobierno actuará de acuerdo con lo expresado en las urnas. Algunos conspicuos analistas y expertos arguyen, que si bien el artículo en cuestión existe para facilitar el retiro, sería el actor involucrado (Reino Unido) el único con derecho a invocarlo porque nada ni nadie puede legalmente obligar a un estado a retirarse del Acuerdo de Lisboa. En consecuencia, hasta que no exista una notificación escrita, el Reino Unido sigue permaneciendo en la UE y de acuerdo a sus predicciones podría continuar “sine die”.
Por su parte, otros expresan que no se requiere de una manifestación solemne para el efecto y solo bastaría una declaración formal de la autoridad para dar por iniciado el trámite del retiro. Lo que podría considerarse una discusión baladí no lo sería en este caso tratándose del Reino Unido, toda vez que las interpretaciones jurídicas son un hecho de la causa conforme su marco institucional no se sostiene en textos sino en la tradición y la costumbre. Con todo, la flamante Primera Ministra Theresa May, en su primer periplo por algunos países de Europa, ha querido dilucidar cualquier conjetura por rebuscada o intencionada que sea, expresando con fuerza:“nos vamos de la UE, pero no de Europa; el itinerario de salida comenzará hacia fines del año”; quedarán todavía unos meses para una libre discusión que podría entregar luces sobre el escenario de la futura negociación con la UE que, a los ojos de la opinión pública, aparece difícil en ambos sentidos. Mientras en Europa desean que todo ocurra rápido, en el Reino Unido existen diferencias en la aproximación al Brexit entre grupos etarios y, también, de parte de las distintas naciones que intentarán marcar influencia, especialmente Escocia e Irlanda.
Más allá de la pertinencia de estas alternativas o de la tranquilidad que puedan provocar declaraciones de diferentes personeros, las consecuencias del Brexit y sus ramificaciones al ámbito global ponen a Europa en una encrucijada que, desde la incertidumbre, amenaza con generar grados de inestabilidad en la medida que el sentimiento euroescéptico se multiplique a través del continente, disminuyendo la impronta y fortaleza de una Unión Europea que, entre otras tantas cosas, se exhibe como el mayor bloque comercial del planeta, con una población de 500 millones de personas, un PIB de muchos billones de euros y una representatividad en el comercio mundial equivalente al 20% del total. Además, lidera los mercados de energía, telecomunicaciones, aviación civil… y, por si fuera poco, a través de una eficiente infraestructura de cooperación, ha permitido a otras regiones del orbe mejorar sus perspectivas de progreso en diversas áreas, tales como la industria, la educación, el mercado laboral, la investigación científica etc. ¡Qué paradoja! que un emprendimiento de esta envergadura, forjado para asegurar la paz luego de dos dramáticas conflagraciones mundiales y, a la vez, potenciar la economía mediante la creación de un solo mercado, se vea desafiado por la acción de uno de sus socios, cuya deserción -expresada democráticamente- puede llegar a alterar o disolver un esquema de integración que ha ayudado a cambiar el mundo. De ahí se entiende el apresuramiento de la señora May por enviar señales de certidumbre respecto del cronograma de retiro. Con ello pretende endilgar la discusión interna y, por cierto, situar correctamente los términos de la futura negociación que promete ser compleja para ambas partes. En el intertanto, la interrogante ¿será Europa más débil o más poderosa con el Brexit? se atiza conforme los vientos de la antipolítica soplan por doquier acicateados por expresiones de nacionalismo y/o populismo que confrontan a la intelectualidad progresista con el ciudadano común en un debate que reclama del Nuevo Orden Mundial respuestas sólidas, viables y, en lo posible, consensuadas para darle gobernanza a la Globalización. El cuadro no parece favorable para ensayar una respuesta certera, menos cuando el nuevo paradigma comunicacional (digital) que perfila el siglo XXI suma nuevos retos para el Estado/Nación en su relacionamiento con homólogos o con sus ciudadanos, lo que, poniéndolo en perspectiva del Reino Unido fuera de la UE, puede llegar a vulnerar la unidad de su propia estructura (Escocia, Gales, Irlanda, Gibraltar); también, podría fortalecer su posición individual conforme la digitalización perfora o atenúa la densidad de cualquier frontera.
En este orden de ideas, las razones esgrimidas por los partidarios de abandonar la Unión Europea, cabe ponerlas en correlato con la propia historia del Reino Unido para desde ahí afirmar que no estaríamos frente un primer Brexit o insertos en una discusión novedosa sobre su apego y participación en Europa. Más bien, podría ser una ficción con visos de realidad. Los británicos no suelen incluir sus vivencias en un contexto de integración, sino que las asumen separadas y desarrolladas desde la soledad o el autismo, buscando sí un equilibrio entre autonomía y cooperación a la hora de actuar. Recordemos que el Reino Unido se ha venido situando, desde hace rato, en la intersección a la cual confluye los Estados Unidos, la Comunidad Británica de Naciones (Commonwealth) y Europa, intentando desde allí acentuar un perfil de singularidad hacia cada uno. A su sentir, la construcción europea le ha significado una pérdida de soberanía y de autonomía que con esta acción quizás pretende neutralizar. De hecho, su incomodidad con la UE la expresa en una aprensión con las políticas migratorias y el tema de los refugiados que articula, para su peculio, como problemas relacionados con la libre circulación de personas. Sus reales desencuentros son, más bien, con la gestión del Gobierno comunitario (Bruselas); la incapacidad de coordinación ante el Estado Islámico (ISIS); los mínimos grados de contribución al Cambio Climático y, muy especialmente, la formulación de políticas económicas erráticas donde sus aportes le traen mayor costo que beneficios y, en un contexto de competitividad, ello no se compadece con la retribución que le correspondería.
En consecuencia, cuando las miradas de la comunidad internacional están puestas sobre cómo el Reino Unido gestionará su separación de la UE (si en definitiva se produce), cabe reflexionar sobre si satisfará a los propios nacionales y, además, si las complejidades que la misma conlleva, traspasarán el umbral de una mera discusión académica acerca de los procedimientos de denuncia de un Tratado y sus consecuencias. Ciertamente, el análisis es más sofisticado. Vivimos una evolutiva etapa de la historia donde se todo se replantea: los sistemas de pensamiento no son los mismos que cuando nació la UE, tampoco las relaciones internacionales tienen un ritmo similar. Nadie se aventura a escrutar el futuro pues no hay inteligencia histórica capaz de avizorar el desenlace de una Globalización que altera el relacionamiento entre los estados y los ciudadanos no perciben aún una cancha de aterrizaje que asiente los cambios. Falta manejo en tecnologías, nuevos incentivos, oportunidades y habilidades para una mejor comprensión de la agenda global y la correspondiente solución a los problemas y crisis que derivan de su ámbito. Así las cosas, cabrá imaginar una Unión Europea sin un actor de la dimensión conceptual del Reino Unido. Quizás quepa, entonces, remontarse algunos siglos atrás y mirar la interdependencia entre los actores en el espacio europeo y contextualizarla a la realidad actual para evaluar el Brexit. Una mirada distanciada facilita la lectura hermenéutica de los acontecimientos relevantes que, complementados con sucesos actuales, puede orientar cualquier análisis.
Gobernar la Globalización significa poner atención, de manera simultánea, a la multiplicidad de actores que conviven en el sistema y su inmediatez entendida la virtualidad como una forma de convivencia. La historia determina el cambio y no cabe ser injusto porque la transformación del sistema internacional ha sido dramática y su solidez se ha resquebrajado. Habrá que esperar que se superen las turbulencias producto de la sorpresa y confusión que el Brexit ha traído consigo. Luego vendrá la negociación que, a la luz de las circunstancias actuales, podría no ser tan dramática. Ciertamente, Europa no será la misma y la centralidad del Consejo de Bruselas será menor. Me quedo con la idea de que este paso forzado por los los británicos será un punto de inflexión para el catálogo de peticiones que los “indignados” por la Globalización han venido promoviendo para reformular la agenda global.
Abogado PUC/Diplomático/Asesor Estratégico
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