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Inestabilidad y Conflicto Político en Brasil: Juicio de destitución de Dilma Rousseff

La situación política que vive en estos días contrasta con aquella idea de potencia sudamericana que ostenta el país. Pero el proceso para llegar hasta el juicio de destitución de Rousseff es fruto de un escenario social, económico y político que se ha configurado en Brasil durante los últimos años, donde el descontento social, el estancamiento económico y el descubrimiento de una amplia y profunda red de corrupción que involucra a empresas públicas, privadas y autoridades políticas han terminado por poner en “jaque” un modelo de política y Estado que parecía ser exitoso

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Dentro de la región latinoamericana, Brasil se caracterizó en el último tiempo por ser una economía pujante. Sus avances en materia de crecimiento, empleo y oportunidades avanzaron de manera progresiva en las últimas dos décadas, mientras en el mismo período su democracia vivió un paulatino proceso de estabilización dejando atrás las dictaduras de la década del ’70 y primera mitad del ’80. La consolidación democrática del país ha sido un fenómeno paulatino, donde la Constitución de 1988 puso las bases de la institucionalidad que ha permitido seis elecciones presidenciales hasta la fecha, y logrando a partir de la elección de 2002 construir un proyecto de izquierda en el país iniciado por Lula da Silva y revalidado por Rousseff en 2010.

Fue el Presidente electo en 2002 quien logró comenzar un proceso de posicionamiento de Brasil como un actor clave en el desarrollo y equilibrio dentro de la región. Así, durante los últimos 16 años, el país fue fuente obligada al hablar sobre lo económico y social entre los países del sur de América Latina fue acompañada por marcados simbolismos, tal como fue el Mundial de Fútbol de 2014, la visita del Papa Francisco y las próximas Olimpiadas a realizarse en agosto del presente año. Esta combinación entre volumen de mercado, liderazgo en órganos internacionales de la región, buenas relaciones bilaterales con otros Estados e hitos históricos pusieron a Brasil un halo de supremacía entre los Estados del continente que fue cimiento de su posición estratégica durante la primera década del siglo XXI.

La situación política que vive en estos días contrasta con aquella idea de potencia sudamericana que ostenta el país. Pero el proceso para llegar hasta el juicio de destitución de Rousseff es fruto de un escenario social, económico y político que se ha configurado en Brasil durante los últimos años, donde el descontento social, el estancamiento económico y el descubrimiento de una amplia y profunda red de corrupción que involucra a empresas públicas, privadas y autoridades políticas han terminado por poner en “jaque” un modelo de política y Estado que parecía ser exitoso. Sumado a esto, la tercera mujer más poderosa del mundo según la Revista Times, vivirá el capítulo más obscuro de una turbulenta trayectoria política que la llevó a ser un bastión de la lucha de género, movilidad social y democracia en su país.

Con atención a lo anterior, cabe preguntarse hasta qué punto el inestable momento político de Brasil podría afectar su imagen internacional, las políticas internas y su incesante búsqueda por el desarrollo mientras analizamos los principales factores que llevaron al drástico fin del gobierno de Rousseff. Para conseguir esto, se revisarán tres factores claves: (i) evolución económica de Brasil y el aumento del rol estatal; (ii) expectativas políticas de los gobiernos del Partido de los Trabajadores; y, (iii) los casos de corrupción descubiertos en los últimos años.

Evolución económica: Petróleo, Estado y beneficios sociales

Durante la administración de Lula da Silva, Brasil hizo un importante descubrimiento de yacimientos de petróleo. El alto precio del crudo en el mercado internacional y una importante intervención de empresas estatales en el proceso de extracción y comercialización de la materia prima permitieron a Brasil y Lula navegar sin problemas en la crisis de 2008, aumentar la recaudación fiscal considerablemente y forjar una empresa (Petrobras) que rápidamente buscó expandirse en la región con relativo éxito.

El petróleo fue así la caja de capital que dio forma al Brasil poderoso y pujante, creciendo económicamente a un ritmo superior al de otros países de la región, generando un importante número de empleos y manteniendo los niveles de popularidad del Presidente y su Partido relativamente altos entre 2002 y 2010 (reflejo de ello es 60,83% de votos obtenidos por Lula en primera vuelta en su reelección).

Ahora bien, como se mencionaba anteriormente, el hallazgo de pozos petrolíferos en el país fue de la mano con un sostenido aumento de la participación de empresas del Estado en la economía (ilustradas en Petrobas). Esto generó un vínculo directo entre la capacidad de crecimiento y la salud de las arcas fiscales del Estado brasileño con la producción y exportación de dicha materia prima, en otras palabras, la política social de Lula y su Gobierno dependía de las ganancias obtenidas por las empresas estatales, descuidando el crecimiento del sector privado.

De esta forma Lula fue capaz de ampliar significativamente el gasto social del Estado, generando una amplia gama de apoyo ciudadano y sembrando las expectativas que terminarían por derrumbar a su sucesora. Asimismo, la empresa petrolera se transformaría en la “caja pagadora” del proyecto de la izquierda, y no solo hacia ciudadanos vulnerables sino que también hacia una clase política hambrienta por llevarse parte del botín.

Expectativas sociales frente a los Gobiernos de izquierda

Si bien el camino fue trazado por Lula da Silva, Dilma Rousseff propuso un ambicioso plan de políticas sociales destinadas a atacar los aspectos más vulnerables del país. Ejemplo de aquello fue su política “Brasil sin miseria”, que prometía eliminar la pobreza extrema en Brasil durante su administración, mientras otras apuntaban a dar acceso a educación a sectores con menos recursos y dar un fuerte impulso al emprendimiento con micro créditos. Sin el carisma de Lula, la ex guerrillera Rousseff llegó a la Presidencia con un programa de gobierno ambicioso y repleto de políticas sociales que solo podían sostenerse con un crecimiento económico fuerte y estable.

Tras la elección de 2010 ningún analista habría imaginado la trayectoria decreciente que Rousseff sufriría en su administración. Pues si bien la economía brasileña daba claros signos de agotamiento, su 56% obtenido en primera vuelta fue suficiente respaldo ciudadano para sortear sin mayores problemas los primeros años de Gobierno. Su coalición política parecía bien aceitada, y los problemas de tráfico de influencias que rodeaban el clima político fueron apaleados con una Ley de Transparencia promulgada en 2011, la cual establecía castigos de alta envergadura para aquellos que buscasen usufructuar de Brasil por vías no legítimas.

Pero la economía no la acompaño, los escándalos políticos siguieron aflorando de manera sistemática y las esperanzas sembradas en la ciudadanía fruto del programa que la había llevado a ser la primera mujer Presidente de Brasil terminaron por levantar un amplio movimiento ciudadano que exigía a la mandataria el cumplimiento de aquello que la había posicionado en el país. Si las primeras protestas masivas hicieron eco en el sistema internacional con la visita del Papa Francisco y el Mundial de la FIFA de 2014, estas no cesaron en los meses venideros.

La popularidad de Rousseff comenzó a bajar pronunciadamente en toda encuesta de opinión pública, alcanzado mínimos históricos mientras al mismo tiempo Petrobras era investigado profundamente por su vinculación a pagos ilegales hacia políticos. La corrupción solo alimentó aún más los ánimos ciudadanos, y si bien el Partido de los Trabajadores resultó victorioso en su búsqueda de un cuarto período presidencial, el escenario para Dilma se transformaba en uno pedregoso e inclinado.

Corrupción: La paradoja brasileña

Históricamente Brasil no es conocido por su transparencia y probidad en términos de gestión pública y privada, sino por el contrario ha estado expuesto de manera sistemática a problemas de tráfico de influencia y corrupción. Los índices internacionales en esta materia lo han posicionado en la medianía de la tabla mundial, dejando mucho que desear para un Estado que anhelaba romper las barreras que lo alejaban del desarrollo.

Como otro factor, se encuentra una cultura política que premia a los caudillos, enalteciendo su rol y dándoles posibilidades reales de gobernar el país si logran generar una campaña política astuta. Dilma por otra parte no es una figura que destaque por su cercanía, amabilidad o empatía, sino más bien es fruto de la combinación de diversos ideales brasileños, como son la movilidad social, el género y la lucha por la democracia. En otras palabras, fue su historia personal y la fortaleza de su antecesor lo que le permitieron transformarse en la figura política que es hoy.

Este aspecto del país da pie a su vez a una inclinación importante hacia caudillos que más que responsables, suelen ser buenos comunicadores y oradores que “entusiasman” a la ciudadanía brasileña. Pero a su vez, dejan de lado la institucionalidad política, produciendo escenarios poco favorables para la estabilidad democrática e institucional. Dilma se enfrentó a dicha cultura, y no poseyó las herramientas suficientes para evitar la desintegración de su coalición.

Ahora bien, el Brasil que hoy destituyó a Dilma está inmerso en una paradoja compleja. Pues mientras por un lado el Congreso brasileño está siendo investigado por los casos de corrupción nacientes de Petrobras y otras empresas (en la cual está la misma ex Presidenta involucrada), por otro enjuician a Rousseff por maquillar cuentas públicas, empleando los bancos estatales para disfrazar el altísimo déficit fiscal que ha producido media década de políticas sociales caras y poco efectivas.

Discusión

La política brasileña, caracterizada por personalidades carismáticas y caudillos fuertes que logran aglomerar ciudadanos y partidos políticos débiles en torno a ellas ha sido una tónica constante en los últimos treinta años. Si bien Brasil es y seguirá siendo un actor relevante en las relaciones entre países de América Latina, su posición relativa frente al mundo se ha debilitado con los últimos años de protestas sociales, descubrimiento de corrupción e inestabilidad política.

Así, una verdadera “nube negra” se ha posado sobre el país más grande de la parte sur del continente americano, exponiéndola a una crisis política profunda que no terminará con la salida de Rousseff de la Presidencia, sino que seguirá produciendo externalidades negativas a un ambiente social convulsionado por las faltas a la probidad de sus políticos.

En esta misma caja negra donde se encuentra la administración brasileña surge la evidencia de una institucionalidad precaria, que aun cuando cuenta con las sanciones más duras de América Latina goza de una poca honrosa calidad de control entre funciones del Estado.

Si bien recién comienza el juicio contra Dilma, el inicio del mismo pareciese haber liberado algo de presión sobre el sistema político del país y es muy probable que la ex Presidenta siga el mismo camino que Fernando Collor de Mello, quien decidió renunciar tras haber iniciado el juicio en su contra. Temer, su Vicepresidente y actual gobernante de Brasil, no tendrá una tarea sencilla en los años venideros pues deberá reconquistar a una ciudadanía altamente descontenta con el curso de la política actual mientras hace frente a los variados casos de corrupción que involucran tanto al ejecutivo como al legislativo.

Miguel Ángel Fernández

Profesor adjunto e investigador de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo.
mifernandez@udd.cl