En diciembre del 2014 Barack Obama y Raúl Castro anunciaron el deshielo de las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Cuba, tras medio siglo de estancamiento. Quince meses después Obama visitó la isla, definiendo el hito como “una oportunidad histórica”. Pero los cubanos ven las cosas de otra forma.
En marzo recién pasado, poco más de un año después del anuncio del supuesto deshielo entre Cuba y Estados, Barack Obama visitó el país de los hermanos Castro, convirtiéndose en el primer presidente estadounidense en hacerlo, después de la revolución del 59’. Ya lo había hecho antes Calvin Coolidge, en 1928. Pero eso nadie lo sabía. Fue un dato que se desempolvó precisamente por la visita de Obama. Sin duda alguna, presenciamos un momento histórico, que viene a ratificar lo que el mandatario norteamericano ha estado diciendo una y otra vez: Estados Unidos ya no es enemigo de Cuba.
Y ha sido esta política de apertura hacia la isla lo que ha hecho que el mundo entero fije su atención en lo que está pasando ahí. Porque lo cierto es que hoy Cuba está de moda. Sólo basta con ver las cifras del turismo, que indican que el año pasado este creció un 17%. Eso quiere decir que el 2015 la isla recibió a tres millones y medio de visitantes, una cifra inédita en su historia.
La gira de Obama fue seguida con expectación por el mundo entero. Los más de 1.500 periodistas presentes se encargaron de mostrar cada detalle. Todos vimos como Obama, junto a su mujer, su suegra y sus dos hijas, recorría las calles del casco histórico en una tarde lluviosa. Todos vimos cómo acudía a la Catedral y se reunía con el arzobispo Jaime Ortega, figura clave en este deshielo bilateral, para luego reunirse con Raúl Castro en el Palacio de la Revolución. Todos vimos cómo el mandatario estadounidense colocaba una ofrenda floral ante el monumento a José Martí, en la Plaza de la Revolución. Y también todos vimos cómo ambos mandatarios asistían a un partido de béisbol en el Estadio Latinoamericano, el último día de la gira.
Lo que no vimos fue la conversación entre Obama y un grupo de disidentes cubanos, actividad que era una condición impuesta por el Presidente para viajar a Cuba. Esta se hizo en forma privada y no fue cubierta por los medios. Tras el encuentro, el grupo dijo que Obama era creíble, certero, y que tenía la mejor voluntad para que las relaciones entre ambos países se normalicen en forma efectiva. Pero una cosa no quita la otra. Obama no dejará de referirse al tema de los derechos humanos. Y tampoco dudará un segundo en pedirle a los cubanos que no teman a la democracia, porque es el único sistema que puede garantizarles la prosperidad. Así lo hizo en su discurso desde el Gran Teatro de La Habana, apelando a lo que el considera como “derechos irrenunciables” de los cubanos, y hablando de la urgente necesidad de que puedan “elegir sus gobiernos con elecciones libres y democráticas”.
Las críticas no tardaron en llegar. Hay quienes ven esta gira como un desesperado intento de Obama por dejar un sólido legado en lo que a política exterior latinoamericana se refiere. Una necesidad de “sacarse la foto” con Castro para pasar a la historia como el mandatario que pudo normalizar las relaciones después de medio siglo paralizadas.
Como sea, Obama fue bien recibido por el pueblo cubano. Después de todo, él encarna algo que en la isla no se ha visto hace décadas. Un mandatario joven, elegido democráticamente, que se retirará de la Casa Blanca después de ocho años en el poder.
Después de la gira se ha hablado que entre ambas naciones hay menos rencores y más cooperación. Cabe preguntarse entonces: ¿se están realmente sentando las bases de una nueva relación?, ¿se entierra con esta gira el último vestigio de la Guerra Fría, como dijo Obama al llegar?. Hay que tener mucho cuidado con las expectativas que puedan generarse, sobre todo en la sociedad cubana. Porque el anunciado deshielo está lejos de consolidarse. Es cierto que se han abierto embajadas y se han relajado algunas restricciones, especialmente en lo que a viajes se refiere. El propio Raúl Castro ha reconocido avances y resultados concretos, sobre todo en telecomunicaciones y compra de equipos médicos. Pero todavía hay mucho por hacer. El embargo económico sigue vigente, y constituye, en palabras de Castro, “el obstáculo más importante para nuestro desarrollo económico y el bienestar del pueblo cubano”. Obama está de acuerdo con eso. Ha dicho en reiteradas ocasiones que el bloqueo, impuesto a la isla en 1962, no es más que una “carga obsoleta”, que no ha servido ni a los intereses cubanos ni a los americanos. Ha pedido al Congreso norteamericano el levantamiento del embargo, pero mientras siga dominando la oposición republicana eso no sucederá. Y Obama lo sabe. Y aunque ha tomado una serie de medidas – financieras, monetarias y turísticas – para desahogar la situación, éstas no son suficientes. Para los cubanos este “bloqueo despiadado” sigue siendo el mayor obstáculo para la verdadera normalización de relaciones. Estiman el impacto económico de dicho embargo en más de 120 mil millones de dólares. Y han sido enfáticos al señalar que mientras éste persista las relaciones seguirán estancadas.
Sabemos que cualquier cambio no ocurre de la noche a la mañana. Pero éste será más lento aún si no hay renovación política. Hoy vemos que los más altos dirigentes cubanos no pretenden jubilar. El VII Congreso del Partido Comunista, celebrado en abril pasado, así lo demuestra. Raúl Castro, de 84 años de edad, fue reelegido por unanimidad como primer secretario del partido, hasta el año 2021. Y como segundo secretario fue reelegido Machado Ventura, un viejo combatiente de 85 años. Ellos continuarán al mando de este partido que seguirá siendo, en palabras de Castro, “la fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado”, con la misión principal de “defender, preservar y continuar perfeccionando el socialismo cubano y no permitir jamás el retorno del capitalismo”. En el mismo Congreso apareció públicamente Fidel Castro, para trasmitirle al pueblo cubano una frase para el bronce: “no necesitamos que el imperio nos regale nada”.
No es exagerado decir que a este ritmo la situación cambiará poco y nada. Porque hoy en día los cambios dependen de los propios cubanos, y la democracia en la isla se logrará por obra de ellos. Ni Obama, ni el arzobispo cubano, ni el Papa Francisco, lograrán algo que nadie está dispuesto a transar.
Hoy Cuba puede abrir su economía, puede invitar a los Rolling Stones, puede hacer desfiles de Chanel y puede abrir sus puertos a nuevos cruceros norteamericanos. Pero todavía hay mucho por ceder, mucho por renovar. La verdadera apertura aún está por verse.
Investigadora de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo.
Magíster en Ciencias Sociales, Universidad de Chile.
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