Hero Image

Noticias

Anatomía de un discurso papal

El Papa ha llamado la atención sobre problemas graves y neurálgicos que amenazan la convivencia pacífica en México, pero se ha olvidado o no ha querido mencionar otros casos relevantes. Hizo caso omiso del problema de feminicidios en su homilía en Ecatepec, soslayó el grave problema de la pederastia, el encubrimiento llevado a cabo por la clase política y la jerarquía católica mexicana…

PapaFrancisco

La pasada visita del Papa Francisco a México, a mediados del mes de febrero, ha generado una gran cantidad de artículos que han sido publicados en los principales diarios y en revistas especializadas de nuestro país. No intentaré sumarme a éstos. Lo que trataré de hacer es una descripción e interpretación analítica de dos posturas opuestas: las caras de Jano que emergen en el mar de la impotencia. Considero que estos rostros se pueden ubicar en dos vías. El primero reconoce en el pontífice su gran aportación  a las exigencias de justicia social, inclusión de los excluidos, reconocimiento de la gran aportación de los pueblos originarios y la impostergable búsqueda de salvación y protección del medio ambiente. El segundo, hace hincapié en el oportunismo político del Santo Padre, en la inaplazable estrategia del discurso conmovedor que atraiga a las ovejas descarriadas y en el contubernio entre la clase política y la jerarquía católica de nuestro México.

            La dimensión del primer rostro me remite a la idea planteada por Aristóteles en La Política, en el sentido que toda organización social, en este caso el Estado, tiene como objetivo primordial el bien común. En su discurso de Palacio nacional el Papa cuestionó la corrupción y la desigualdad  que divide y vulnera a México. Haciendo alusión al desentendimiento de la élite política acerca de bien común, quiso sacar a la luz el olvido corrosivo que degrada y hace invisible a los desamparados, a los pobres, a aquellos que no tienen la palabra. En Ecatepec llamó a comprometerse de lleno con la justicia social y no desviarse por el camino del dinero y la codicia que envilece y pudre el corazón. De esta manera, el Papa asumió como propia la idea  que el bien común es la base para erigir una sociedad más justa, que no distinga o discrimine, lo que en palabras de Charles Taylor sería el principio  de la igualdad humana. Es este principio de igualdad humana el que define todo el sendero del ámbito de lo político, en el sentido que sólo aceptándolo, puede darse paso al bien común, pues se entiende que todos los que integran el grupo social merecen ser tratados como iguales en relación a sus obligaciones como a sus derechos.

            Su visita a San Cristóbal de las Casas también fue una llamada de atención para la jerarquía eclesiástica, con miras a que se comprometan más profundamente con los desamparados. Pidió perdón a los pueblos originarios por el maltrato y despojo del cual han sido víctimas y urgió a reconocer su gran valía cultural, sus aportaciones y su respeto y cuidado a la madre tierra. Con ello marcó un acercamiento más profundo con los pobladores originarios, coronado por el decreto que entregó, el cual establece la autorización de las ceremonias litúrgicas en lenguas indígenas. Es así que a cada momento pareciese que el Papa se alejaba más del discurso conservador de hace tan sólo algunas décadas. Eximido estaba ahora de esa petulante pretensión del eurocentrismo Bellowiano que dice: Cuando los zulúes tengan su Tolstoi, entonces los leeremos.

            El otro rostro se deriva de la visión de férreos críticos, los cuales  hacen una inspección histórica de la trayectoria del Papa Francisco. La crítica comienza con el desempeño del Papa hacia 1976, cuando era  provincial de los jesuitas argentinos. Expulsó a dos curas (Franz Jalics y Orlando Yorio) que trabajaban en villas miserables y que tenían  inclinaciones por la Teología de la Liberación y vínculos con los Montoneros. Esto los expuso a la represión de los generales de derecha, propiciando su encarcelamiento y tortura durante más de cinco meses. Asimismo, se le imputa haber mantenido una postura tolerante con el régimen militar argentino e ignorar las demandas de justicia  de los familiares de los desaparecidos. En esa misma tendencia, su conservadurismo y su aversión a la Teología de la Liberación le hizo rechazar toda la lucha que se llevaba a cabo  en América Latina, convirtiendo a obispos como Samuel Ruiz en enemigos de la jerarquía católica.

            Las acusaciones también se fincan en el tema de la pederastia que se ha presentado en Italia, España, Estados Unidos, Chile y sobre todo México, por poner algunos ejemplos. El caso de Marcial Maciel y los legionarios de Cristo es relevante, especialmente porque se da en nuestro país. Desde 1997 varias víctimas de abuso sexual por parte del Padre Maciel denunciaron los abusos, no fue sino hasta 2006, cuando el Vaticano bajo la dirección de Benedicto XVI, dispuso el retiro del Padre Maciel del ministerio sacerdotal, sin poder ser llevado a un proceso civil. Aquí, la repuesta del Papa Francisco, se dice, ha sido tibia, si no es que tolerante, sin voluntad para hacer justicia a las víctimas.

            En esta tesitura, conviene hacer una exégesis de los hechos del presente. Actualmente     México sufre una grave crisis de derechos humanos: más de 160 mil muertos por la guerra contra el narcotráfico, más de 27 mil desapariciones forzadas, más de mil víctimas de pederastia y más de 1900 feminicidios. A ello hay que agregar la alta corrupción que se cierne sobre todas las estructuras del gobierno y la sociedad, las redes de contubernio de la clase política con el narcotráfico, con las bandas de secuestradores y  traficantes de  personas, y con organizaciones de pederastia que alcanza hasta los más altos niveles de gobierno y de la jerarquía católica. Si como dijo Jean Fracois Lyotard todo discurso es signo de sospecha ¿cómo podemos interpretar las palabras del Santo Padre?

            Podría sugerir en su defensa, apelando a Heráclito, que todo está en constante cambio. Que el Francisco de ayer, no es el de hoy y que no se puede juzgar  a alguien por las acciones pasadas sino por las presentes. Y es aquí donde me detengo. El Papa ha llamado la atención sobre problemas graves y neurálgicos que amenazan la convivencia pacífica en  México, pero se ha olvidado o no ha querido mencionar otros casos relevantes. Hizo caso omiso del problema de feminicidios en su homilía en Ecatepec, soslayó el grave problema de la pederastia, el  encubrimiento llevado a cabo por la clase política y la jerarquía católica mexicana. Y olvidó la sanción y el llamado a no aceptar más ninguna clase de corrupción en los Legionarios de Cristo.

            Pero a esta anatomía  del discurso papal, habría que agregar otra cosa más. Si bien es cierto que el Papa Francisco es responsable de sus declaraciones, debemos ver  el otro lado: el de la jerarquía eclesiástica nacional y la nomenclatura política. Ese infierno mexicano, del cual nos hablan Víctor M. Toledo y Bernardo Barranco. La autoridad católica en México ha tolerado y participado de esta vorágine de corrupción y atropello de la dignidad humana. No es noticia que líderes de la iglesia hayan unido fuerzas con la clase política para hacerse concesiones mutuas; donde el enriquecimiento, el poder  y la pederastia  son las monedas de cambio. Se han hecho mutuamente ciegos para no ver los reclamos de gran parte de la sociedad mexicana que pide justicia, que está harta de que las cosas continúen igual. Y aquí  es necesario hacerle justicia a esa parte de la iglesia católica, aunque menor, que si ha caminado hombro a hombro con los desposeídos, los marginados, los migrantes, como por ejemplo el Padre José Solalinde y los obispos José Raúl Vera y Samuel Ruíz, fallecido este último.

            Por eso no me sorprende que todavía hoy, en las presentaciones que tuvo el Papa  en México, existan esos viejos ritos cargados de indiferencia, de exclusión, donde las primeras líneas, las más cercanas al Pontífice, sean ocupadas por los poderosos e influyentes, por las familias de los gobernadores en turno, y allá en lo más alejado, en lo más sucio, allá donde la borrasca y la oscuridad  no permiten verlos, se encuentren los pobres,  los desamparados, los que desde un punto de vista verdaderamente cristiano debería estar más cerca del representante de Dios [en la tierra], si es que se me permite la frase de San Agustín.

            Las  faltas de la jerarquía católica mexicana son graves, del mismo modo que lo son la corrupción e impunidad de la clase política. Del Santo Padre diré que en sus homilías y proceder ha dejado mucho que desear. Si fueron por olvido o desconocimiento, tal vez tenga justificación, si  han sido premeditadas, el tiempo lo dirá.

Gonzalo García Ramírez

Candidato a Doctor en Ciencias Económicas por la
Universidad Autónoma Metropolitana, México, DF, 2016.
Becado por el Gobierno Mexicano, becas CONACYT (2013-2016).
[email protected]