En diciembre pasado Barack Obama y Raúl Castro anunciaron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países. Si bien el anuncio constituye un gran avance, esto es sólo un primer paso. Todavía no puede decirse que ha comenzado “una nueva era”.
El 17 de diciembre pasado el mundo entero fue testigo de una de las mayores noticias anunciada en el último tiempo en el mundo latinoamericano. Estados Unidos y Cuba restablecían sus relaciones diplomáticas después de medio siglo. La mayoría de los 11 millones de cubanos que actualmente viven en la isla recibió la noticia con euforia, aunque ésta todavía no implique cambios inmediatos. Especialmente los jóvenes que, según dicen, no se sienten en deuda con esta historia de amenaza y hostilidades. Ellos quieren comenzar una nueva etapa, abrirse al mundo y no seguir aislados como hasta ahora.
Las conversaciones entre Castro y Obama empezaron en junio del año 2013. En ellas intervinieron directamente el Papa Francisco y el gobierno canadiense. Y fue en octubre pasado cuando se sellaron las condiciones finales del acuerdo, en el Vaticano. El primer paso en torno a éste fue el anuncio de la liberación de Alan Gross, el célebre contratista estadounidense que llevaba cinco años detenido en La Habana. Junto a él se liberó otro espía de origen cubano, pero al servicio de Washington, de identidad únicamente conocida por los servicios de inteligencia de ambos países. Sólo se sabe que llevaba 20 años preso en la isla y que el gobierno estadounidense lo calificó como “uno de los activos de inteligencia más importantes que Estados Unidos ha tenido jamás en Cuba”.
Ambos agentes fueron intercambiados por los tres cubanos que aún quedaban detenidos en Estados Unidos presos desde 1998, cuando se desmanteló la red de espionaje cubana Avispa, que operaba al sur de Florida. Y así, con este intercambio, se puso fin a uno de los principales obstáculos en la normalización de relaciones entre ambos países. Un “intercambio humanitario”, se leía en la prensa de esos días, refiriéndose especialmente al deteriorado estado de salud de Alan Gross.
Pero sin duda alguna que esto constituye sólo el telón de fondo de un gran cambio en las relaciones bilaterales. Obama dio un inesperado viraje al reconocer que la estrategia del aislamiento no funcionó, “y es hora de un nuevo enfoque”. “El cambio llegará a Cuba”, añadió, al tiempo que anunciaba una transformación en la vida cotidiana de los cubanos, quienes tendrán mayores oportunidades, más contactos y viajes, más comercio y comunicaciones.
En forma simultánea, Raúl Castro, muy serio y en tenida militar, también anunciaba el acercamiento, pero dejando claro que aún queda pendiente lo más importante: el bloqueo económico. En su discurso en la Asamblea Nacional aseguró que “esto no quiere decir que lo principal se haya resuelto”. “El bloqueo económico, comercial y financiero que provoca enormes daños humanos y económicos a nuestro país, debe cesar”, sentenció.
Y es precisamente en este tema donde el anuncio, finalmente, puede quedar en nada. ¿Quién gana y quién pierde en esta historia?, ¿Es un cambio de estrategia o de objetivo? El propio Castro dijo que esto es sólo el inicio de un largo proceso hacia el restablecimiento de las relaciones, precisando que el bloqueo, o el embargo como prefiere llamarlo, es “una violación al derecho internacional”, que ha significado grandes pérdidas a la economía cubana.
Porque el bloqueo, además de justificarlo todo en esta guerra contra los norteamericanos, podría llegar a colapsar la economía de la isla. Mal que mal, hoy en día una de las mayores barreras para el crecimiento cubano es la falta de producción, lo que hace que el Estado gaste casi US$2 mil millones al año en la importación de alimentos.
No puede negarse que el bloqueo se ha ido suavizando con el tiempo. Ejemplo de ello es lo ocurrido en el año 2013, cuando el Departamento de Comercio autorizó las exportaciones agrícolas y de productos médicos. Pero la mayor parte de las sanciones económicas y comerciales se mantienen, entrabadas en la compleja ley Helms-Burton del año 1996. Sólo el Congreso puede levantar dichas sanciones. Sin su aprobación será imposible efectuar cambios de importancia.
Este asunto data del año 1960, cuando Cuba, junto con establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, empezó a nacionalizar refinerías de petróleo, centrales azucareras y empresas norteamericanas. Un año después, al asumir John Kennedy, se agudizó el enfrentamiento, y las tensiones llegaron a su punto máximo cuando, en enero de 1962, tras fuertes presiones norteamericanas, Cuba fue expulsada de la OEA. Un mes después se decretó el embargo total, a lo que Fidel Castro respondió con una de las medidas más audaces y peligrosas, instalando secretamente misiles soviéticos en la isla. Tal vez jamás pensó que esto casi llevaría a la guerra nuclear entre ambos países.
En esta historia la intransigencia se ha visto por ambos lados. Pero ya han pasado más de cincuenta años, y hoy día estamos ante una nueva disposición y voluntad política. Símbolo de ello es que el primer paso de este acercamiento se haya concretado en el intercambio de prisioneros.
Pero está claro que implementar las medidas anunciadas no será fácil para Obama. En el Congreso, dominado por los republicanos, no las tiene todas consigo. Ellos aseguran que este anuncio no es más que una concesión al régimen castrista, sin ningún tipo de garantía a cambio. Afirman que el pueblo cubano no tendrá una mayor libertad política por el sólo hecho de incrementar el intercambio comercial con los estadounidenses. Los más críticos dicen que esto es otro paso en falso de la política exterior de Obama. Que se le está dando más oxígeno a la dictadura castrista. Y que hablar de levantar el bloqueo sólo alimenta falsas esperanzas. Así lo ha dicho incansablemente el senador Marcos Rubio, posible candidato a la presidencia el 2016, quien asegura que hará lo posible por “bloquear este intento peligroso y desesperado del presidente por abrillantar su legado a expensas del pueblo cubano”.
Como sea, el bloqueo es una cosa. Y los cambios que la nueva política estadounidense puedan traer a la isla, son otra. Aún están por verse las múltiples formas con que Estados Unidos penetrará culturalmente en la isla. Ya en el mes de enero aparecieron los primeros carteles con luminosas propagandas, anunciando cafeterías, peluquerías y nuevos restaurantes. Y de a poco han empezado a implementarse las primeras medidas anunciadas. El gobierno estadounidense ha suavizado las restricciones de viaje para sus ciudadanos. Todavía pueden viajar sólo quienes pertenezcan a alguna de las doce categorías establecidas (familiares de cubanos, académicos, periodistas, asuntos oficiales de gobierno, misiones religiosas, entre otras) pero sin necesidad de solicitar un permiso especial, como se hacía antes del acuerdo. También pueden usar sus tarjetas de crédito en Cuba, lo que antes estaba prohibido. E incluso pueden gastar hasta US$400 en souvenirs y bienes personales, algo antes impensable. Asimismo, se amplió el monto máximo del dinero que los norteamericanos pueden enviar a Cuba, de US$500 a US$2.000 por trimestre. Y lentamente se está abriendo el mundo de las telecomunicaciones, facilitando las ventas comerciales de computadores, tecnología e internet. Dentro de las exportaciones hacia la isla se comenzó a privilegiar la infraestructura tecnológica e informática, para mejorar las comunicaciones y superar la tasa de 5% de internet en Cuba, una de las más bajas del mundo.
El 21 y 22 de enero, en La Habana, se desarrolló la primera ronda de conversaciones tras el anuncio oficial, y se empezó a trabajar en la próxima apertura de embajadas en las respectivas capitales. Quedó de manifiesto que el proceso será largo. Las diferencias son profundas y hay muchos intereses de por medio, incluyendo distintas concepciones sobre el ejercicio de la soberanía nacional, la democracia, modelos políticos y relaciones internacionales.
Si bien el anuncio de normalización de relaciones es un hito tremendamente significativo, no puede decirse que estamos ante el comienzo de una nueva era. Es cierto que este viraje en la política de Washington hacia la isla constituye, en términos cubanos, un hito similar a la caída del Muro de Berlín. Pero el proceso es lento y complejo. Han sido más de cincuenta años de dificultades y tensiones. No cabe duda que resultará más fácil anunciarlo que ponerlo en práctica. Puede haber optimismo y expectativas, pero aún no hay plazos ni calendarizaciones.
En síntesis, del descongelamiento de relaciones a una mayor apertura política hay un enorme paso. Para Obama, Cuba aún tiene mucho que avanzar en el tema de los derechos humanos y las libertades individuales. Por su parte, Raúl Castro quiere, junto con acabar con el bloqueo, que Cuba sea eliminado dentro de la lista de países a los que Estados Unidos considera patrocinador del terrorismo, donde está desde el año 1982.
Pero también es cierto que hoy la situación es distinta para Cuba. Venezuela, su principal aliado desde que Hugo Chávez llegó al poder, vive en un caos absoluto. La crisis petrolera, sumada a su propio desgobierno, influyeron en la decisión de Raúl Castro de iniciar esta nueva etapa con su vecino norteamericano. El tiene que entregar soluciones y respuestas. Y el acercamiento a Estados Unidos es un buen paso dentro de esa estrategia.
Queda claro que este anuncio no puede pasar a la historia sólo como un hito mediático. Aunque el cambio para los cubanos sea más bien a mediano plazo, es necesario lograr una apertura real, un proceso de democratización, para así terminar con este largo período de violación a los derechos individuales. Lo que ha comenzado entonces es un proceso de conversaciones. Un nuevo capítulo de una larga historia. O, tal vez, el fin de uno de los episodios más largos de la Guerra Fría. Y aunque todavía sea pronto para hablar de un cambio histórico, esta nueva etapa necesariamente tendrá que ser mejor.
Investigadora y docente de la Facultad de Gobierno, Universidad del Desarrollo.
Magíster en Ciencias Sociales,Universidad de Chile