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José de la Cruz Garrido: «Los límites de la libertad de expresión en el discurso de odio» – El Mostrador

Vas caminando con tu hijo/a por la calle y pasa un bus que dice “#ConMisHijosNoSeMetan. Nicolás tiene derecho a un papá y una mamá. Estado + Familia” y “Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva, que no te engañen. Si naces hombre eres hombre, si eres mujer seguirás siéndolo”. Y tu hijo/a te pregunta, – Papá, ¿Por qué dice eso el bus? Antes de responder esa pregunta el padre sabe que lo que dice el bus ha generado controversia entre quienes defienden las ideas, a las que remiten esos mensajes, y quienes señalan que esos mensajes promueven la discriminación, el odio y la violencia de género. En esta controversia se produce un conflicto de segundo orden. ¿Debe respetarse la libertad de un grupo religioso y político de expresar su disconformidad con las ideas o ideología que otro grupo profesa? ¿Es legítima la censura de estas ideas, o bien, es legítimo el uso de la fuerza contra la expresión de esas ideas?

Lo que tenemos ante nosotros es el conflicto entre libertad de expresión y el daño subyacente al discurso de odio. Para este segundo punto, cabe determinar si efectivamente en los mensajes se promueve el odio y si el mensaje efectivamente produce a un daño a quién va dirigido.

Para resolver este problema, es clave entender el contexto en el cual surge el mensaje del bus. Primero, los aludidos por el mensaje pertenecen a una minoría que ha sido históricamente excluida y violentada. No es una novedad que en la escuela, el espacio público y en el seno familiar históricamente la homo y transexualidad ha sido abordada desde una mirada – muchas veces fanática- influida por la religión (cristiana y musulmana, paradigmáticamente), lo que se ha traducido en violencia y discriminación. Para esto, se ha argüido argumentos biológicos y teológicos (a veces confundiéndolos), para deducir normas que prohíban ciertas prácticas sociales, como el matrimonio y la adopción homosexual, o simplemente el besarse en el espacio público o el sexo entre adultos.

En este contexto, en el seno de estos grupos han surgido variadas formas de pensamiento ideológico o teorías, inspiradas por fuentes marxistas y liberales que han dado pie a lo que se ha mal denominado “ideología de género”, enfoques y teorías que abordan diversas problemáticas de discriminación y violencia, las que también históricamente han desfavorecido a la mujer. De distintas formas, la lucha por derechos civiles y, luego, por otras formas de reivindicaciones económicas y sociales, han inspirado justamente a quienes se manifestaron contra los mensajes del bus, ya que son justamente los aludidos en su mensaje (agregando a quienes, no perteneciendo a una minoría, adhieren al ideario). Y es en este punto que entran en conflicto dos bienes: la libertad de expresión y la protección de la dignidad o protección frente a la ofensa.Esta violencia que históricamente condenó la sodomía y dio espacio de legitimidad a la discriminación sexista (pensemos en el trato vejatorio que recibe un niño afeminado en un colegio) no fue condenado por estas religiones, y fue socialmente aceptada y validada. Es recién cuando la filosofía liberal reconoce, en la dignidad del ser humano, el valor incondicionado de la humanidad del otro, que estas ideas de raigambre religiosa, son confrontadas, y en los últimos 50 años sometidas a una razón pública que defiende la idea de que en una sociedad democrática respetuosa de la libertad y la dignidad humana no se puede, por razones religiosas o biológicas, justificar la discriminación de una minoría, y menos aún promover el odio y ejercer la violencia sobre ella.

La libertad de expresión es una de las conquistas más notables que conoce el pensamiento moderno en el plano político. John Stuart Mill en Sobre la Libertad señala “Generalmente, no hay que temer, en un país constitucional, que el gobierno (sea o no del todo responsable ante el pueblo) trate de fiscalizar de modo abusivo la expresión de la opinión, excepto cuando, haciéndolo así, se convierta en órgano de la intolerancia general del público. Supongamos, pues, que el gobierno va en todo a una con el pueblo y que no intenta siquiera ejercer sobre él ningún poder de coerción, a menos que no esté de acuerdo con lo que él considera como la voz del pueblo. Pero yo niego al pueblo el derecho de ejercer tal coerción, ya sea por sí mismo, ya por medio de su gobierno: este poder de coerción es ilegítimo […] Si toda la especie humana no tuviera más que una opinión, y solamente una persona, tuviera la opinión contraria, no sería más justo el imponer silencio a esta sola persona, que si esta sola persona tratara de imponérselo a toda la humanidad, suponiendo que esto fuera posible. ….[Pero] lo que hay de particularmente malo en imponer silencio a la expresión de opiniones estriba en que supone un robo a la especie humana, a la posteridad y a la generación presente, a los que se apartan de esta opinión y a los que la sustentan, y quizá más. Si esta opinión es justa se les priva de la oportunidad de dejar el error por la verdad; si es falsa, pierden lo que es un beneficio no menos grande: una percepción más clara y una impresión más viva de la verdad, producida por su choque con el error.

En este pasaje Mill nos muestra al menos dos cosas; que apelar a un colectivo no justifica violar la libertad de expresión, y que incluso allí donde las opiniones son falsas, éstas son valiosas por su valor hermenéutico de corroborar nuestras propias convicciones cuando son verdaderas.

Pero, el otro punto reside en si estas opiniones ofenden. Si tomamos las palabras del mensaje, literalmente no hay ofensa. Hay una afirmación sobre lo que define a un niño o una niña, se refuta el título de otro libro, “Nicolás tiene dos papás” título que puede ser verdadero o falso, lo que es indiferente desde el punto de vista de libertad de expresión. Sin embargo, el mensaje no sólo significa algo, sino que remite a una antropología filosófica que niega la diversidad de género, esté o no fundada en una ideología.

Los mensajes de estos grupos apuntan efectivamente a una posición de discriminación, ya que por su purismo religioso incluso los lleva a pensar que la homosexualidad es una enfermedad o un enemigo. Esto se vio corroborado en las manifestaciones y adherentes del bus, neonazis, grupos religiosos fanáticos se reunieron para agredir y ofender con consignas que señalaban que la homosexualidad es una perversión y hacían llamado a hacer “barridas”. Aquí el bus dejó de ser un mero mensaje y es más bien una instancia que incita al odio. De la cual e sigue una respuesta violenta de los aludidos. Por lo mismo, si volvemos al ejemplo del padre, la respuesta que le dé a su hijo/a tendrá que tomar posición; y si su hijo/a es homosexual la respuesta no será trivial. En este punto, la pregunta es si la libertad de expresión entonces es ilimitada. Y la respuesta es no, en la medida que se transforme en un discurso de odio, es decir, que no ofenda la dignidad de las personas, más aun cuando se utiliza el espacio público.

Evidentemente, un grupo de personas se vio ofendida por el paso de este bus. Negar la discordancia entre sexo biológico e identidad de género y que se les enseñe a los niños y niñas a ser intolerantes a dicho hecho es el mensaje del bus. ¿Debe la legislación prohibir estas expresiones cuando son minorías las que se ven afectadas? Ex ante no, sino violaría la libertad de expresión; y si hay ofensa, por cierto estarán los tribunales para determinarlo ex post. De hacerlo, nos movemos hacia una sociedad totalitaria que empodera a la autoridad para discriminar entre lo que es correcto o no opinar. Sin embargo, el uso del espacio público y la incitación al odio a la cual remite el mensaje en dicho espacio tiene límites, así como está por otras razones regulada la exhibición de pornografía en el espacio público, sólo que en el ejemplo aludido, es una situación aún más grave.

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